Blog da Biblioteca do IES de Curtis: Inquietudes bárbaras

18/2/09

Inquietudes bárbaras


PARA ANDAR POR CASA
Hay situaciones de crisis que se caracterizan porque los ciudadanos partidarios de la ley empiezan a resultar incómodos, mucho más impertinentes que los revolucionarios o los reaccionarios. La vida social es entonces una pesadilla que se muerde la cola. Un doloroso sentimiento de soledad, de jubilación anticipada, de condena a los márgenes, se apodera de los afectados, que nunca han pretendido otra cosa que tomarse en serio los valores centrales del lugar en el que viven. Su impertinencia no procede de un furor utópico, siempre dispuesto a levantar barricadas en la calle y a quemar iglesias o cajeros automáticos, iluminando las noches de la ciudad con el resplandor del coraje y las pasiones desenfrenadas. Su insatisfacción no esconde la nostalgia paralizadora que niega con rencor el presente, en homenaje a los buenos años perdidos y a los ideales de la tradición en peligro. No se trata de revolucionarios o reaccionarios, sino de ciudadanos que están de acuerdo con el imperio de la ley. Quieren actuar con naturalidad, defender aquello que les ha sido enseñado, aquello que los convirtió en ciudadanos libres. Y de pronto empiezan a ser vistos como gente rara, como bocas que murmuran inconveniencias, como manos que abren puertas que deberían estar cerradas, como pies que se empeñan insensatamente en ir por la acera y cruzar por los pasos de cebra cuando todo el mundo camina por la calzada. El cumplimiento de la ley, el tomarse en serio sus cartas de derechos y sus constituciones, los hace extraños, los viste de quijotes, seres ridículos o trasnochados en un mundo que ya no es el suyo.
La ciudad, por su parte, sigue hablando de pasos de cebra, de leyes, de razones universales, del cumplimiento de las normas, de los derechos inalienables, de los valores de la cultura occidental. En las declaraciones oficiales todo está claro, parece que está vigente el orden objetivo del pensamiento ilustrado. Todos somos iguales ante la ley. Todos disfrutamos de un Estado de Derecho. Somos ciudadanos bien informados por una prensa libre, con capacidad de pensar lo que decimos y de decir lo que pensamos, y con ánimo para ejercer de forma independiente no ya nuestro derecho al voto, sino la libertad de conciencia. Pero nos acercamos al molino con nuestro trigo, y el molino nos espera con una animadversión de gigante, y quiere tratarnos como si fuésemos caballeros locos empeñados en deshacer entuertos. ¿Adónde vas? ¿Pero en qué mundo te crees que vives? ¿Cómo te atreves a sacar de las declaraciones oficiales un vocabulario impracticable? ¿Razón? ¿Igualdad? ¿Fraternidad? ¿Prensa libre? ¿Estado de Derecho? ¿Política?
La razón ilustrada está en carne viva, y el ciudadano occidental que se empeña en vivir de acuerdo con los valores de la razón es observado como un extraño, como se suele mirar a los negros en tierra de blancos. Lo peor es que poco a poco él mismo se va sintiendo extraño, con miedo a molestar, a romper el consenso. La vida en los márgenes resulta muy dura para el que ha sido educado en la voluntad social, con deseo de intervenir en las conversaciones, ser útil y comportarse de manera fraternal. Queda el recurso ético de afirmar la propia conciencia y los valores de la soledad escrupulosa. Pero esta declaración íntima, que brota con dignidad por un momento en los labios, hay que confrontarla luego con el paso de los días, con las fiestas a las que uno no se siente invitado, con la inevitable suscep­tibilidad del que soporta una realidad difícil, con el oleaje de las incomprensiones, las dudas, el sentimiento de fracaso. Uno acaba interiorizando la condición de la barbarie.
Algunos maestros han señalado, desde muy diferentes perspectivas, que vivimos un tiempo de barbarie. Las noticias del periódico dejan poco lugar a la duda. Guerras, violaciones, campos de concentración, torturas, crueles migraciones, desarraigo, dioses coléricos, leyes traicionadas, hay desgracias de todos los colores, y están a la vista por un momento en la pantalla del ordenador o en los informativos de la televisión. Después pasan de largo, dejan poca huella en nuestra responsabilidad. Siempre hubo catástrofes naturales y violencia humana. Por eso la luz de la razón fue madurando un código democrático para encauzar la crecida de las sombras. El sentimiento de regreso a la barbarie no surge por culpa de los hechos bárbaros, sino por la evidencia de que los cauces del Estado de Derecho han sido liquidados por nuevas supersticiones. Estamos indefensos, sin cobijo contra la tormenta, en manos de sombras injustas, de vacíos cortantes, de fantasmas de doble filo. Los días ruedan cuesta abajo, sin una voluntad razonable de control, haciendo que todo se ponga del revés, que el planeta cambie de lluvias y de mares, que los seres humanos se precipiten en una montaña rusa sin final, que las bellas declaraciones, enfrentadas con la evidencia, parezcan ridículas o cínicas. Las palabras no valen, caen en saco roto.
Luis García Montero; Inquietudes bárbaras

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