Blog da Biblioteca do IES de Curtis: Borrow llega a Galicia

13/8/09

Borrow llega a Galicia

Estábamos en el renombrado puerto de Fuencebadon.
Es imposibles describir el puerto ni la región circunvecina, que contiene algunos de los mas extraordinarios paisajes de España; a todo lo que aspiro es a trazar un débil e imperfecto bosquejo. El viajero que sube el puerto sigue durante casi una legua el curso del torrente, cuyas márgenes, escarpadas en algunos sitios, descienden en otros suavemente hasta el agua, y están pobladas de hermosos árboles: robles, álamos y castaños. Al principio se ven numerosas aldehuelas de casas bajas, con techumbre de inmensas pizarras y aleros que casi tocan el suelo. Las aldeas son menos frecuentes a medida que el camino es más estrecho y escarpado hasta que, por último, desaparecen poco antes del sitio en que el camino se aparta del riachuelo para no verlo más si bien se oye todavía a sus tributarios mugir en el fondo de las ramblas o se los ve caer en delgados chorros por los barrancos abajo. Todo es allí de insólita y agreste belleza. La eminencia por donde trepa el camino se yergue a la derecha, mientras en el extremo opuesto de un profundo barranco se alza una montaña inmensa, a cuya cima apenas alcanza la vista. Pero lo mas singular del puerto son los campos o praderas suspendidos en lañaban, aunque parecía imposible que un hombre pudiera tenerse en pie en terreno tan escarpado; los senderillos que corren en todas direcciones parecen hilos tendidos en la falda de la montaña. Un carro de bueyes va serpenteando en torno de un pico elevadísimo; una de las ruedas queda por completo al acre sobre la espantosa pendiente; el vértigo se apodera del cerebro y hay que apartar la vista con rapidez. Una nube se interpone; cuando volvemos a mirar, los objetos de nuestra ansiedad han desaparecido. El camino es cada vez más estrecho y tortuoso. Andadas dos leguas aún queda un tercio de la cuesta por subir. Todavía no es aquello Galicia; todavía se oye hablar castellano, muy tosco, a la verdad, en las chozas miserables levantadas en los apartados rincones por donde pasa el camino.
Poco antes de llegar a lo alto del Puerto una niebla espesa envolvió las cimas de las montañas. Comenzó a lloviznar. «Estas son las nieblas que los gallegos llaman bretima –dijo Antonio–, y abundan mucho en esta tierra». «¿Ha estado usted ya otras veces en Galicia?», pregunté. «Non, mon maître; pero he servido en muchas casas donde había criados gallegos, y por eso conozco un poco sus costumbres y su lengua». «¿Y tiene usted buena opinión de los gallegos?» «En manera alguna, mon maître; los hombres, en general, parecen muy rústicos y simples, pero son capaces de engañar al filou más listo de Paris; respecto de las mujeres es imposible vivir en la misma casa que ellas, sobre todo si son camareras y acompañan a la señora; no hacen más que mover disensiones y disputas en la casa, y contar habladurías de los otros criados. Ya he perdido en Madrid dos o tres colocaciones excelentes por culpa de las camaretas gallegas. Ya estamos en la raya, mon maître; me parece que este pueblo debe de ser ya de Galicia
.».
George Borrow;La Biblia en España

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