No me gustó el libro entonces y además debo confesar que no me gusta el personaje de Carvalho, como héroe literario; puede que sea un buen detective, pero políticamente es un aventurero, cínico y golfo, tan gourmand como gourmet, y además inclinado al chuleo. Incluso no terminé de leerlo, al extremo de que no llegué a enterarme de quién asesinaba al secretario general y años después todavía le pregunté al autor si había sido la CIA o el KGB.
No me gusta Carvalho y, sin embargo, me gusta Manolo Vázquez Montalbán como escritor, como hombre fiel a posiciones de izquierda y hasta como persona, en la medida en que le he tratado. Recuerdo que mi primer conocimiento de él fue a través de la sección que publicaba en Triunfo —la capilla Sixtina— bajo la firma de Sixto Cámara que leía con fruición en aquel tiempo. Por entonces nos conocimos también en una de aquellas reuniones clandestinas que celebrábamos en París.
Poco después de publicado el libro nos encontramos casualmente en Dubrovnik y le invité a cenar marisco del Adriático en un restaurante de aquella hermosa ciudad, a la que sólo faltan los canales para hacerte vivir la impresión de que estás en Venecia. No recuerdo ya de qué hablamos aquella noche, ni creo que para mí fueran importantes los temas de conversación; lo que me interesaba era mostrar a Vázquez Montalbán que seguía respetándole como escritor y como camarada, a pesar del asesinato.
Pero en aquel tiempo la novela —libro político— me cayó mal. Manolo terciaba en el debate —al menos así lo entendía yo— como un "renovador de izquierda" —también los había de derecha—, un comunista iconoclasta con cierto tinte libertario, que en ese momento aportaba el refuerzo de su excelente pluma a una operación contra el eurocomunismo.
Tal como yo veía las cosas Vázquez Montalbán daba una mano al frente antieuro que estaba formándose entre renovadores de derecha y de izquierda, prosoviéticos dogmáticos y simples aspirantes a trepar hacia la dirección del partido. Yo pensaba ser uno de los que veían con más claridad el futuro, al plantear la necesidad de una nueva formación política que uniera las fuerzas de izquierda, lo que a mi juicio exigía no empezar destruyendo al PCE eurocomunista. Seguramente no acerté, pues no logré colocar esa idea en el centro de la actividad del partido hacia el futuro. Pero si algo puede aminorar mis errores fue el sinsentido de la operación vasca dividiendo el partido para incorporarse a una Euzkadiko Esquerra que terminó disolviéndose en el PSOE; o el otro sinsentido de enfrentar al PSUC con el PCE, rechazando el eurocomunismo; o la operación de las "células comunistas" de las que luego surgió el PCPE montada por la Embajada soviética, que en las elecciones del 82 dio la consigna de votar al PSOE.
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Jacinto Benavente
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