Por: Virginia Collera29/02/2012
The Last Bookstore en Los Ángeles. Foto: Kim Garcia
The Last Bookstore. La última librería. Con ese fatídico nombre Josh Spencer decidió bautizar en 2005 su flamante espacio de venta de libros de segunda mano en Los Ángeles. Casi siete años después, la profecía sigue en suspenso. En 2009 se mudó a un local de 1.000 metros cuadrados y todos los meses, cuando se celebra el Downtown Art Walk –algo así como la noche de las galerías–, una desordenada cola cerca la librería. Su reclamo son los libros: atesora unos 100.000 y, en su mayoría, rondan los cuatro euros. Pero ofrece mucho más: una taza de café, música en directo y una imponente arquitectura, por eso ha sido elegida por el blog cultural Flavorpill como una de las veinte librerías más bellas del mundo.
Basta asomarse a Flickr, Pinterest o blogs –de donde proceden buena parte de las fotografías seleccionadas– para constatar la fascinación que ejercen librerías como Selexyz (en la imagen), una iglesia dominica de Maastrich reconvertida en templo editorial por los arquitectos Merkk + Girod, la legendaria Shakespeare & Co. de París, con sus estantes repletos de libros, polvo e historias de jóvenes escritores que se dejaron seducir por la promesa de comida y cama de George Whitman, o la sin par Lello de Oporto, la preferida del escritor y director de la Casa del Lector, César Antonio Molina. “Siempre me conmocionó que una ciudad como Oporto tuviera una librería así, que parece una catedral gótica y en la que el libro es el Dios omnipresente”.
La histórica livraria Lello es una librería en el sentido clásico, un lugar donde encontrar tanto novedades como libros de fondo; las más recientes, por su parte, están ampliando ese concepto y apostando por cuidados locales que suman cafeterías, actuaciones musicales, exposiciones, lecturas… Es el caso de Cook & Book en Bruselas o The Bookworm en Pekín. Según Diego Moreno, editor de Nórdica Libros, esta fórmula bien podría ser la de la librería del futuro. “El modelo tendero, entro-compro un libro-y a los cinco minutos estoy fuera, está abocado a la extinción. Una librería tiene que distinguirse, ser un lugar de estímulo cultural”. De la misma opinión es la interiorista Pilar Líbano, que cuenta con varias librerías en su currículo. “No se trata de una simple tienda, es un lugar comunitario, como puede serlo un museo. Y, al igual que en los museos, la arquitectura y el diseño juegan un papel importante porque se trata de que te guste el entorno. Yo acabo de regresar de Sao Paulo y allí fui expresamente a visitar una librería”.
El Ateneo Grand Splendid de Buenos Aires, un antiguo cine-teatro que antaño frecuentaba Carlos Gardel y hoy cobija más de 120.000 títulos, es la siguiente librería en la lista de Moreno, que planifica sus viajes en función de las que aún le quedan por visitar. “Yo creo que son fundamentales para el futuro del libro. Con los e-books todo el mundo podrá escribir y publicar, pero alguien tiene que ayudar a filtrarlos y, al final, siempre te vas a fiar del criterio de una persona”.
Precisamente en el de Fernando Arenas lleva confiando César Antonio Molina desde los 13 años. “Mi padre me llevó un día a su librería y le dijo que a partir de ese momento podía llevarme cualquier libro”, recuerda. “La librería es un lugar sagrado. Es el saber y el conocimiento. Todo lo he aprendido del libro y lo demás es añadido al él, los viajes, la música, el cine, la pintura, que son mis grandes aficiones, rotan en torno al libro, que es el pilar esencial de mi vida”.
En un artículo publicado recientemente en The New York Times, representantes de grandes grupos editoriales aseguraban que –pese a las apariencias- ni deseaban ni buscaban la extinción de las librerías. Al contrario: son el mejor escaparate para sus productos. “Lo son, aunque las políticas de esos grupos no favorezcan precisamente su estabilidad. En algunos foros se da por muertas a las librerías pero creo que se precipitan: aquí en España los libreros han entendido que tienen que adaptarse a los tiempos y lo están haciendo. Además, aunque todo cambie, hay algo que permanece: los libreros siguen siendo los mejores lectores”, apunta Michèle Chevallier de la asociación de librerías CEGAL. (En la imagen Poplar Kid's Republic, en Beijing)
Carlos Pardo, escritor, poeta, editor, crítico y librero, comprueba día a día que muchos –y de todas las edades– se siguen encomendando al librero. “Y eso a pesar del acceso a la información que tenemos… Internet no es democrático: destacan los libros que tienen detrás una campaña agresiva, por eso el librero tiene la capacidad de señalar a autores que no sólo pertenecen a la cultura dominante, sino también a sus márgenes. Yo creo que sobrevivirán las que se especialicen, las que tengan una visión cultural y no sólo de mercado”.
¿Cuál es para ti la librería más bonita del mundo?
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