
"Era un hombre bastante ordinario, bajo de estatura, algo picado de viruelas, con una tonalidad de pelo que tiraba a pelirroja, un tanto corto de vista, con pequeñas entradas en la el nombre de hemorroidal...",
Así describe Gógol al antihéroe protagonista, un hombre que hasta el nombre lo tiene algo ridículo: Akaki Akákievich (algo similar a que se llame en España Fernando hijo de Fernando).
2 comentarios:
El antihéroe
Solitario, antisocial y un copista excelente aunque sin más aspiraciones en su vida, el protagonista es un hombre gris al que sólo la adquisición de un nuevo capote -una compra que le exige un buen número de privaciones- le aporta por primera vez ilusión y ganas de vivir. Lástima que no tenga demasiado tiempo para disfrutarlo.
En esta historia breve -menos de ochenta páginas- pero al mismo tiempo "una de sus obras más redondas y modernas", en palabras de su editor, Gógol presenta, siempre con humor, críticas a la sociedad hipócrita y burlona con los más desfavorecidos y a la corrupción y falta de humanidad de la burocracia. Temas y protagonistas que podríamos descubrir perfectamente en relatos como Un episodio vergonzoso, de Dostoievski, Bartleby, el escribiente, de Melville, o en la novela El proceso, de Kafka.
“En el departamento... pero será mejor no nombrarlo. No hay gente más susceptible que los funcionarios, oficiales, oficinistas y, en general, todos los servidores públicos. En los tiempos que corren, cada particular considera que si se toca a su persona se ofende al conjunto de la sociedad. Corre el rumor de que hace poco un capitán de policía de no sé qué ciudad presentó un informe en el que exponía sin ambages que se estaba perdiendo el respeto a las leyes y que hasta su venerable título se pronunciaba sin ninguna consideración.Y como prueba adjuntaba una voluminosísima obra de corte novelesco en la que, cada diez páginas, aparecía un capitán de policía, a veces en un estado de completa embriaguez. En resumidas cuentas, para evitar disgustos, designaremos el departamento en cuestión simplemente como cierto departamento. Así pues, en cierto departamento trabajaba un funcionario. Era un hombre bastante ordinario, bajo de estatura, algo picado de viruelas, con una tonalidad de pelo que tiraba a pelirroja, un tanto corto de vista, con pequeñas entradas en la frente, arrugas a lo largo de las mejillas y ese color de cara que recibe el nombre de hemorroidal... ¡Qué se le va a hacer! La culpa la tiene el clima petersburgués. En lo que respecta a su rango (pues entre nosotros se debe empezar siempre por ese particular), era lo que se llama un eterno consejero titular, de los que han hecho befa y escarnio, como es bien sabido, numerosos escritores que tienen la loable costumbre de ensañarse con quienes no pueden defenderse. Se apellidaba Bashmachkin, nombre que, como es evidente, proviene de bashmak, zapato; pero no se sabe cuándo, en qué momento y de qué forma se produjo esa derivación. El padre, el abuelo y hasta el cuñado, así como todos los Bashmachkin sin excepción, habían llevado siempre botas, a las que mandaban poner medias suelas dos o tres veces al año. Se llamaba Akaki Akákievich. Es probable que el lector encuentre ese nombre un tanto extraño y rebuscado, pero puedo asegurar que no se lo pusieron aposta; fueron las mismas circunstancias las que hicieron imposible darle otro. Esto fue lo que sucedió: Akaki Akákievich nació, si no me falla la memoria, la noche del 22 al 23 de marzo. Su difunta madre, esposa de un funcionario y mujer de gran corazón, tomó las disposiciones oportunas para que su hijo fuera bautizado como era menester. Desde la cama en que guardaba reposo, situada enfrente de la puerta, convocóa su diestra al padrino, Iván Ivánovich Yerohskin, hombre excelente, jefe de oficina en el Senado, y a la madrina, Arina Semiónovna Belobriúshkova, casada con un agente de policía y mujer de raras virtudes. Ambos dieron a elegir a la parturienta entre estos tres nombres: Mokkia, Sossia y el del mártir Josdasat. «De ninguna manera -se dijo la difunta-.Vaya unos nombres.» Con intención de complacerla, abrieron el almanaque por otro lugar y leyeron estos otros tres nombres: Trifili, Dula y Barajasi. «¡Qué castigo! -farfulló la madre-. ¡De dónde habrán salido esos nombres! ¡De verdad que no los he oído en mi vida! Baradat y Baruj todavía pueden pasar, pero ¡Trifili y Barajasi!» Volvieron otra página y se encontraron con Pavsikaji y Vajtisi. «Vaya, parece cosa del destino -dijo la madre-. En ese caso, será mejor que lleve el nombre de su padre. Si Akaki se llamaba el padre, Akaki se llamará el hijo.»
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