Blog da Biblioteca do IES de Curtis: Club de lectura
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24/4/13

Entrevista a Carlos Negro na XX Semana Cultural

Entrevista realizada por Silvia Mourín e Noelia Fontecoba, alumnas do Club de Lectura "Fendetestas", ao escritor Carlos Negro durante a XX Semana Cultural do IES de Curtis.


 

19/5/12

Novo servizo de empréstito para os fondos da Biblioteca de Galicia





A Consellería de Cultura porá a disposición de todos os galegos os fondos da Biblioteca de Galicia, da Cidade da Cultura, a través dun servizo de empréstito interbibliotecario.
Así informou, na rolda de prensa posterior ao Consello da Xunta, o presidente, Alberto Núñez Feijóo, que garantiu que este sistema fará "máis eficaz" os servizos de empréstito dos fondos da biblioteca, que inclúen tanto a colección xeral como a colección especializada destinada a profesionais de bibliotecomanía, arquivística, documentación e museoloxía, en total máis de 20.000 títulos e 39.000 exemplares. Así mesmo, a Biblioteca de Galicia puxo en marcha un novo servizo específico para o empréstito aos cubs de lectura.
O Consello da Xunta emitiu este venres o informe sobre o funcionamento deste sistema de empréstito, co que o departamento de Cultura fomenta a colaboración entre os centros da Rede de Bibliotecas de Galicia e achega a todos os galegos os fondos do seu catálogo co obxectivo de difundilos.
No marco deste servizo, a Xunta fixo fincapé na colección profesional da Biblioteca de Galicia, que comprende os fondos relacionados cos ámbitos da bibliotecomanía, a documentación, a arquivística e a museoloxía. O empréstito desta colección, que inclúe 4.104 títulos, é un novo servizo.

  Fonte: GaliciaHoxe.com 18.05.2012

31/5/10

Quedamos en Twitter para leer

La red social convierte en globales y masivos los clubes de lectura

CARMEN MAÑANA - Madrid - 31/05/2010

Para muchos, los clubes de lectura son algo tan anacrónico y en vías de extinción como las máquinas de escribir. Otros piensan -como sugiere la serie Los Simpson- en un grupo de mujeres de mediana edad que aprovecha su reunión semanal para hacer cualquier cosa en vez de comentar un libro.

Para muchos, los clubes de lectura son algo tan anacrónico y en vías de extinción como las máquinas de escribir. Otros piensan -como sugiere la serie Los Simpson- en un grupo de mujeres de mediana edad que aprovecha su reunión semanal para hacer cualquier cosa en vez de comentar un libro.

Nadie imagina a 8.000 personas, de más de una treintena de países, que discuten sobre una misma obra a través de de Internet. Pero así es One book, one Twitter (un libro, un Twitter), el club de lectura que Jeff Howe, profesor de la Universidad de Harvard y editor de la revista Wired, ha creado en la red social Twitter. No es el único. Otras iniciativas parecidas, como The book club, confirman la tendencia: este portal es una herramienta perfecta para dar una dimensión global a las asociaciones literarias.

El perfil de Howe solo lleva dos meses en activo, pero es el más importante en cuanto a número de seguidores. Además de diferente de los demás en su espíritu, según explica el creador en un correo electrónico: "No busco tanto animar a la gente a leer, como dar a un montón de personas algo en común. Quiero crear conexiones alrededor del mundo, entre gente que esté, por ejemplo, en Illinois, España o la India".

Su proyecto es una adaptación online de la iniciativa One city, one book (una ciudad, un libro) que persigue que todos los habitantes de una ciudad lean una novela al mismo tiempo. La localidad que puso en marcha este programa por primera vez fue Seattle (Estados Unidos). Lo hizo en 1998 y desde entonces se han sucedido cientos de estas experiencias en diferentes comunidades de todo el mundo. Durante este mes, por ejemplo, los vecinos de Brighton (Reino Unido) están llamados a descubrir Desde Rusia con amor, de Ian Fleming. Tras una votación muy reñida, los usuarios de 1B1T -que es como se llama el perfil en Twitter fundado por Howe- han decidido leer American Gods de Neil Gaiman. "Me hace sentir bien, pero también raro, ver por primera vez cómo comentan mi libro en Twitter. Me impresiona la inteligencia de la comunidad en Internet", explicaba el autor estadounidense en una entrevista con los lectores a través de 1B1T.

Además de hablar sobre el libro en general, los miembros de One book, one Twitter pueden diseccionar uno a uno los 16 capítulos de American Gods a través de otras tantas subpáginas integradas en el mismo perfil. Así, argumenta Howe, los lectores que están en distintos puntos del libro no se desvelan los secretos de la novela. "Puedes consultar cualquier pequeño detalle y al segundo obtienes una respuesta de alguien que puede estar al otro lado del globo. Y eso pasa 24 horas al día, siete días a la semana. Es genial, como un club de lectura global", cuenta el creador.

Acceder a una comunidad de 8.000 personas es algo con lo que un grupo de lectura presencial no puede competir.

Pero el directo, compartir espacio físico, permite placeres como interrumpir las exposiciones del resto de los miembros, mirarles a los ojos o saborear la información que da la entonación. Howe concede: "También te falta la intimidad que te da una reunión en el salón de tu casa".

© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200

1/5/10

¿Por qué leer a los clásicos?

Las páginas tediosas de 'La montaña mágica'

ROSA MONTERO 01/05/2010

No hay que temer a los clásicos, hay que sumergirse en ellos y saltarse sin prejuicios los fragmentos que nos aburran

Creo que, a estas alturas de mi vida, podría haber confeccionado una pequeña pero apañada biblioteca compuesta por todos los fragmentos de libros que me fui saltando mientras leía, páginas y páginas que me resultaron plúmbeas o inconsistentes y por las que simplemente crucé a paso de carga hasta alcanzar de nuevo una zona más sustanciosa. La novela es el género literario que más se parece a la vida, y por consiguiente es una construcción sucia, mestiza y paradójica, un híbrido entre lo grotesco y lo sublime en el que abundan los errores. En toda novela sobran cosas; y, por lo general, cuanto más gordo es el libro, más páginas habría que tirar. Y esto es especialmente verdad respecto a los clásicos. Axioma número uno: los autores clásicos, esos dioses de la palabra, también escriben fragmentos infumables. Quizá habría que definir primero qué es un clásico. Italo Calvino, en su genial y conocido ensayo Por qué leer los clásicos, lo explica maravillosamente bien. Entre otras observaciones, Calvino apunta que un clásico es "un libro que nunca termina de decir lo que tiene". Cierto: hay obras que, como inmensas cebollas atiborradas de contenido, se dejan pelar en capas interminables. Otra sustanciosa verdad calviniana: "Los clásicos son libros que, cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad". Guau, qué agudo y qué exacto. Y una sola observación más: "Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes". Chapeau a mi amado Calvino, que ha conseguido a su vez convertir en clásico este bello ensayo que uno puede leer y releer interminablemente.

Los clásicos, pues, son esos libros inabarcables y tenaces que, aunque pasen las décadas y los siglos, siguen susurrándonos cosas al oído. ¿Y por qué la gente los frecuenta tan poco? ¿Por qué hay tantas personas que, aun siendo buenos o buenísimos lectores, desconfían de los clásicos y los consideran a priori demasiado espesos, aburridos, ajenos? Axioma número dos: respetamos demasiado a los clásicos, y con ello me refiero a una actitud negativa de paralizado sometimiento. Yo no creo que haya que respetar los libros. Hay que amarlos, hay que vivir con ellos, dentro de ellos. Y pegarte con ellos si es preciso. Discutía el otro día con un amigo escritor sobre La montaña mágica de Thomas Mann, una obra que mi amigo recordaba como un auténtico tostón. Sé bien que el gusto lector es algo personal e intransferible, y que lo que lees depende mucho del momento en que lo lees. Pero me cuesta entender que La montaña mágica le pueda parecer a alguien un ladrillo, porque es un texto moderno, sumamente legible, hipnotizante. Una especie de colosal cuento de hadas (o de brujas) sobre la vida. El título no engaña: es una montaña mágica en donde suceden todo tipo de prodigios. La gente ríe bravamente frente a la adversidad, calla cosas que sabe, habla de lo que no sabe, ama y odia y, de la noche a la mañana, desaparece. Esa montaña que representa la existencia, permanentemente cercada por la muerte, es el escenario del combate interminable de los enfermos, que luchan como bravos paladines medievales o escogen olvidar que van a morir. La vida es una historia que siempre acaba mal, pero nos las apañamos para no recordarlo.

Este libro de Mann es una novela amenísima sobre la que pesa una sutil, indefinible sombra de amenaza que oscurece el luminoso cielo montañés. Algo se nos escapa constantemente, algo nos acecha y nos espera, y en ocasiones llegamos a notar sobre la nuca el cálido soplo del perseguidor. Pero además, en medio de ese permanente desasosiego, brilla el sentido del humor, y los personajes participan en juegos y en fiestas, coquetean, cotillean, se enamoran, se pelean y se fingen eternos. Como todos hacemos.

Ahora bien, no es un libro perfecto, porque ni en la vida ni en las novelas es concebible la perfección. La longitud de ese universo-talismán que es La montaña mágica depende de las ediciones, pero viene a ser de unas mil páginas. Y resulta que, desde mi punto de vista, le sobran varias decenas. Dentro del libro hay una parte que podríamos calificar de novela de ideas y que consiste en las discusiones filosófico-políticas de dos mentores antitéticos, Settembrini y Naphta. Intuyo que debía de ser lo que más le gustaba a Mann en su momento, pero yo hoy encuentro esas peroratas definitivamente roñosas y oxidadas, ilegibles, pedantes y pelmazas. Suele suceder con los grandes discursos que los autores meten de contrabando en sus novelas, creyendo que ahí están dando las claves del mundo: por ejemplo, le pasa al gran Tolstói en Anna Karenina, cuando Lyovin, álter ego del escritor, se pone a soltar doctrina.

Quiero decir que probablemente Mann creía que con esas sesudas lucubraciones estaba atrapando el desconcierto esencial de la vida y el caótico derrumbamiento de un mundo que se acababa y era reemplazado por otro (no en vano la novela se publicó en 1924, tras el trauma de la Primera Guerra Mundial), pero en realidad todo eso no lo aprendemos, no lo percibimos por medio de la verborrea mortecina de Naphta y Settembrini, sino en el ciego y desesperado patalear de los personajes a lo largo de la novela, o en la maravillosa escena de la pérdida del protagonista en una tormenta de nieve, en el fragor de la blanca soledad y en el delirio en el que sumerge. Ahí es donde Mann sigue siendo enorme. Por eso creo que hay que leer La montaña mágica y saltarse sin complejo de culpa todas las páginas que te parezcan muertas. O ignorar las tediosas novelitas pastoriles de la primera parte del Quijote. O pasar a toda prisa las aburridas y meticulosas descripciones de ballenas que incluye Moby Dick. Todos estos libros son maravillosos porque crecen y cambian y están vivos: uno no puede acercarse a ellos como si fueran textos sagrados esculpidos en piedra, dogmas temibles e intocables. Sáltate páginas, en fin, sumérgete y disfruta.

© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200

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