Blog da Biblioteca do IES de Curtis: Sherlock Holmes
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25/2/10

El detective lector de Borges


Borges desea un lector que, por una parte, se identifique con el autor recreando la ficción y que, por otra parte, asuma la actitud de un detective e intente descifrar las reglas de sus enigmas y juegos fantásticos. Al lector tiene que darle gusto descubrir y descifrar. Así como el autor Borges trata de descifrar como un detective el libro secreto del mundo, también el lector debe tratar de descifrar los cuentos de Borges, es decir, los debe leer como textos sagrados, cuyo secreto se puede descubrir sólo con mucha perspicacia detectivesca.
Durante las primeras décadas del siglo XX y, ante todo, en y después de la Segunda Guerra Mundial, Borges, al igual que muchos autores europeos y latinoamericanos contemporáneos, llegó al convencimiento de que el mundo exterior ya no se puede representar ni comprender. La consecuencia de esto es que la novela misma, como lo dijo M. Butor, se convierte en una búsqueda, en un laboratorio, en un lugar donde se investiga la realidad o todo aquello que se entiende por ella, en un intento de orientación que, por lo demás, nunca llega a un destino seguro. La odisea y el laberinto son metáforas del estado errante sin rumbo en el que se encuentran muchas figuras de la novela moderna y de los cuentos borgianos.
Esta postura posmoderna se va gestando ya en el niño Borges que pasó su infancia principalmente en la biblioteca de su padre. En 1955 escribió en la introducción a Evaristo Carriego lo siguiente al respecto:
"Yo creí, durante años, haberme criado en un suburbio de B.A. [Buenos Aires, C. F.], mi suburbio de calles aventuradas y de ocasos visibles. Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses." (OI, 89)

Eco y Sherlock


Uno de los homenajes modernos a la obra de Doyle es el que realiza Eco con su novela El nombre de la rosa, donde apenas se disfraza la traslación de Holmes por Baskerville, tanto el detective londinense como el fraile de Oxford exhiben cualidades y rasgos prácticamente indistinguibles.
Tenemos, por un lado, a Guillermo de Baskerville, monje investigador, el franciscano sabio e intuitivo, culto y erudito, una portentosa mente detectivesca que parece haberlo leído todo; y, por otro, a Adso de Melk, el álter ego, el narrador que registra, anota y celebraba los hallazgos de su maestro. La novela es un homenaje a Sir Arthur Conan Doyle, a Guillermo de Occam y a Charles Sanders Pierce, un cumplido explícito a Sherlock Holmes (El sabueso de los Baskerville) y a Watson, el paciente relator de sus hazañas abductivas: un Holmes medieval capaz de discernir el grano de la paja, el error de la verdad, lo real de su fantasmagoría, el nombre de la cosa... valiéndose sólo de una inteligencia tan afilada como una navaja, la navaja de Occam.

Sherlock y Borges






No salió de una madre ni supo de mayores.

Idéntico es el caso de Adán y de Quijano.

Está hecho de azar. Inmediato o cercano

lo rigen los vaivenes de variables lectores.



No es un error pensar que nace en el momento

en que lo ve aquel otro que narrará su historia

y que muere en cada eclipse de la memoria

de quienes lo soñamos. Es más hueco que el viento.



Es casto. Nada sabe del amor. No ha querido.

Ese hombre tan viril ha renunciado al arte

de amar. En Baker Street vive solo y aparte.

Le es ajeno también ese otro arte, el olvido.



Lo soñó un irlandés, que no lo quiso nunca

y que trató, nos dicen, de matarlo. Fue en vano.

El hombre solitario prosigue, lupa en mano,

su rara suerte discontinua de cosa trunca.



No tiene relaciones, pero no lo abandona

la devoción del otro, que fue su evangelista

y que de sus milagros ha dejado la lista.

Vive de un modo cómodo: en tercera persona.



No baja más al baño. Tampoco visitaba

ese retiro Hamlet, que muere en Dinamarca

que no sabe casi nada de esa comarca

de la espada y del mar, del arco y de la aljaba.



(Omnia sunt plena Jovis. De análoga manera

diremos de aquel justo que da nombre a los versos

que su inconstante sombra recorre los diversos

dominios en que ha sido parcelada la esfera.)



Atiza en el hogar las encendidas ramas

o da muerte en los páramos a un perro del infierno.

Ese alto caballero no sabe que es eterno.

Resuelve naderías y repite epigramas.



Nos llega desde un Londres de gas y de neblina

un Londres que se sabe capital de un imperio

que le interesa poco, de un Londres de misterio

tranquilo, que no quiere sentir que ya declina.



No nos maravillemos. Después de la agonía,

el hado o el azar (que son la misma cosa)

depara a cada cual esa suerte curiosa

de ser ecos o formas que mueren cada día.



Que mueren hasta un día final en que el olvido,

que es la meta común, nos olvide del todo.

Antes que nos alcance juguemos con el lodo

de ser durante un tiempo, de ser y de haber sido.



Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una

de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte

y la siesta son otras. También es nuestra suerte

convalecer en un jardín o mirar la luna.





Los Conjurados, Jorge Luis Borges

20/2/10

Estudio en escarlata 3

No había pasado un día desde semejante decisión, cuando, hallándome en el Criterion Bar, alguien me puso la mano en el hombro, mano que al dar media vuelta reconocí como perteneciente al joven Stamford, el antiguo practicante a mis órdenes en el Barts. La vista de una cara amiga en la jungla londinense resulta en verdad de gran consuelo al hombre solitario. En los viejos tiempos no habíamos sido Stamford y yo lo que se dice uña y carne, pero ahora lo acogí con entusiasmo, y él, por su parte, pareció contento de verme. En ese arrebato de alegría lo invité a que almorzara conmigo en el Holborn, y juntos subimos a un coche de caballos..

-Pero ¿qué ha sido de usted, Watson? -me preguntó sin embozar su sorpresa mientras el traqueteante vehículo se abría camino por las pobladas calles de Londres-. Está delgado como un arenque y más negro que una nuez.

Le hice un breve resumen de mis aventuras, y apenas si había concluido cuando llegamos a destino.

-¡Pobre de usted! -dijo en tono conmiserativo al escuchar mis penalidades-. ¿Y qué proyectos tiene?

-Busco alojamiento -repuse-. Quiero ver si me las arreglo para vivir a un precio razonable.

-Cosa extraña -comentó mi compañero-, es usted la segunda persona que ha empleado esas palabras en el día de hoy.

-¿Y quién fue la primera? -pregunté.

-Un tipo que está trabajando en el laboratorio de química, en el hospital. Andaba quejándose esta mañana de no tener a nadie con quien compartir ciertas habitaciones que ha encontrado, bonitas a lo que parece, si bien de precio demasiado abultado para su bolsillo.

-¡Demonio! -exclamé-, si realmente está dispuesto a dividir el gasto y las habitaciones, soy el hombre que necesita. Prefiero tener un compañero antes que vivir solo.

17/2/10

Estudio en escarlata, 2


Agotado por el dolor, y en un estado de gran debilidad a causa de las muchas fatigas sufridas, fui trasladado, junto a un nutrido convoy de maltrechos compañeros de infortunio, al hospital de la base de Peshawar. Allí me rehice, y estaba ya lo bastante sano para dar alguna que otra vuelta por las salas, y orearme de tiempo en tiempo en la terraza, cuando caí víctima del tifus, el azote de nuestras posesiones indias. Durante meses no se dio un ardite por mi vida, y una vez vuelto al conocimiento de las cosas, e iniciada la convalecencia, me sentí tan extenuado, y con tan pocas fuerzas, que el consejo médico determinó sin más mi inmediato retorno a Inglaterra. Despachado en el transporte militar Orontes, al mes de travesía toqué tierra en Portsmouth, con la salud malparada para siempre y nueve meses de plazo, sufragados por un gobierno paternal, para probar a remediarla.

No tenía en Inglaterra parientes ni amigos, y era, por tanto, libre como una alondra -es decir, todo lo libre que cabe ser con un ingreso diario de once chelines y medio-. Hallándome en semejante coyuntura gravité naturalmente hacia Londres, sumidero enorme donde van a dar de manera fatal cuantos desocupados y haraganes contiene el imperio. Permanecí durante algún tiempo en un hotel del Strand, viviendo antes mal que bien, sin ningún proyecto a la vista, y gastando lo poco que tenía, con mayor liberalidad, desde luego, de la que mi posición recomendaba. Tan alarmante se hizo el estado de mis finanzas que pronto caí en la cuenta de que no me quedaban otras alternativas que decir adiós a la metrópoli y emboscarme en el campo, o imprimir un radical cambio a mi modo de vida. Elegido el segundo camino, principié por hacerme a la idea de dejar el hotel, y sentar mis reales en un lugar menos caro y pretencioso.

16/2/10

Narradores


En la ' Vida de Don Quijote y Sancho ' , Unamuno asegura que «en ' El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha ' . se mostró Cervantes muy por encima de lo que podríamos esperar de él juzgándole por sus otras obras; se sobrepujó con mucho a sí mismo. Por lo cual es de creer que el historiador arábigo Cide Hamete Benengeli no es puro recurso literario, sino que encubre una profunda verdad, cual es la de que esa historia se la dictó a Cervantes otro que llevaba dentro de sí, y al que ni antes ni después de haberla escrito, trató una vez más: un espíritu que en las profundidades de su alma habitaba» (II,74).
Sin entrar a hacer comparaciones impertinentes sobre los respectivos genios de Cervantes y de Conan Doyle, sí cabe hacerlas sobre los procedimientos narrativos. Y es que, si don Quijote tuvo su narrador —algún tanto oscurecido por obra de intérpretes y traductores—, también Sherlock Holmes tuvo el suyo, y tanto el doctor Watson como Mycroft y el propio Holmes se mostraron casi siempre por encima de las posibilidades de sir Arthur.
En ambos casos hubo crítica interna. Desde el momento en que don Quijote se supo en letras de imprenta, se vio «pensativo» e inquieto, imaginando cómo lo habría tratado su historiador, y ya desde el principio lamentó que el autor se valiera «de novelas y cuentos ajenos, habiendo tanto que escribir» de los suyos (II,3). También Holmes vapuleó con cierta displicencia a su cronista, que tan orgulloso se sentía del ' Estudio en escarlata ' :
«—Lo miré por encima —dijo [Holmes]—. Sinceramente, no puedo felicitarle por ello. La investigación es, o debería ser, una ciencia exacta, y se la debe tratar del mismo modo. Algunos hechos hay que suprimirlos o, al menos, hay que mantener cierto sentido de la proporción al tratarlos. El único aspecto del caso que merecía ser mencionado era el curioso razonamiento analítico, de los efectos a las causas, que me permitió desentrañarlo» (SC, 1).

Retrato en escarlata


. Mr. Sherlock Holmes


En el año 1878 obtuve el título de doctor en medicina por la Universidad de Londres, asistiendo después en Netley a los cursos que son de rigor antes de ingresar como médico en el ejército. Concluidos allí mis estudios, fui puntualmente destinado el 5.0 de Fusileros de Northumberland en calidad de médico ayudante. El regimiento se hallaba por entonces estacionado en la India, y antes de que pudiera unirme a él, estalló la segunda guerra de Afganistán. Al desembarcar en Bombay me llegó la noticia de que las tropas a las que estaba agregado habían traspuesto la línea montañosa, muy dentro ya de territorio enemigo. Seguí, sin embargo, camino con muchos otros oficiales en parecida situación a la mía, hasta Candahar, donde sano y salvo, y en compañía por fin del regimiento, me incorporé sin más dilación a mi nuevo servicio.

La campaña trajo a muchos honores, pero a mí sólo desgracias y calamidades. Fui separado de mi brigada e incorporado a las tropas de Berkshire, con las que estuve de servicio durante el desastre de Maiwand. En la susodicha batalla una bala de Jezail me hirió el hombro, haciéndose añicos el hueso y sufriendo algún daño la arteria subclavia. Hubiera caído en manos de los despiadados ghazis a no ser por el valor y lealtad de Murray, mi asistente, quien, tras ponerme de través sobre una caballería, logró alcanzar felizmente las líneas británicas.
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